14/5/09

Capitalismo versión 3.0[1]
Dani Rodrik[2]

El capitalismo está en los estertores de su más grave crisis en décadas. Una combinación de gran recesión, desórdenes económicos mundiales y nacionalización de hecho de franjas del sistema financiero en las grandes economías desestabilizan profundamente el equilibrio entre mercado y estado.

La pregunta del millón es dónde estará el nuevo equilibrio. Quienes predicen el fin del capitalismo olvidan un dato histórico: el capitalismo tiene una capacidad casi ilimitada de reinventarse. Su maleabilidad le permitió superar crisis periódicas durante siglos y sobrevivir a las impugnaciones, de Marx en adelante.

La real cuestión no es si el capitalismo puede sobrevivir sino si los líderes mundiales serán capaces de llevarlo hacia su próxima fase mientras se sale del actual aprieto. El capitalismo no tiene rival para desencadenar las energías económicas colectivas de las sociedades. Es por eso que todas las sociedades prósperas son capitalistas en el sentido amplio: están estructuradas en torno a la propiedad privada y dejan que el mercado juegue un rol importante asignando recursos y determinando compensaciones económicas.

Pero ni la propiedad privada ni el mercado pueden funcionar solos. Exigen que otras instituciones sociales los apoyen. El derecho de propiedad depende de los jueces y del imperio de la ley, y los mercados, de reguladores para frenar sus abusos y corregir sus fallas.

En el plano político, el capitalismo requiere mecanismos de compensación y transferencia que hagan aceptables sus resultados. Como esta crisis muestra una vez más, el capitalismo necesita mecanismos de estabilización, prestamistas de última instancia y políticas fiscales contracíclicas. O sea: el capitalismo no se autogenera, no se autorregula ni se autoesbiliza.

La historia del capitalismo ha sido un proceso de aprender y reaprender esto. A la idealizada sociedad de mercado de Adam Smith le bastaba con un “Estado gendarme”. Todo lo que el Estado tenía que hacer para asegurar la división del trabajo era garantizar la propiedad, mantener la paz, y cobrar unos pocos impuestos para pagar un número limitado de bienes públicos.

En la primera mitad el siglo XX, el capitalismo tuvo una visión estrecha de las instituciones públicas que hacían falta para sostenerlo. Los Estados veían su rol económico en términos restringidos. Esto empezó a cambiar cuando las sociedades se democratizaron y los sindicatos y otros grupos políticos se movilizaron contra los abusos del capitalismo.

La utilidad de las modernas políticas monetarias y fiscales se volvió aceptada en el período que siguió a la Gran Depresión. La parte del gasto público en la renta nacional aumentó mucho en los hoy países industrializados, de menos del 10% promedio a fines del siglo XIX a más del 20% antes de la Segunda Guerra Mundial. Y, tras la guerra, la mayoría de los países establecieron “Estados de bienestar” en los que el sector público se expandió a más del 40% de la renta nacional. Ese modelo de “economía mixta” coronó el siglo XX. El nuevo equilibrio en Estado y mercado enmarcó un período sin precedentes de cohesión social, estabilidad y prosperidad en las economías avanzadas que duró hasta la mitad de los 70.

Este modelo se deterioró a partir de los 80 y parece haberse desmoronado. La razón puede resumirse en una palabra: globalización.

La economía mixta de posguerra se desarrolló a nivel de naciones-estados y requería mantener a raya a la economía internacional. El régimen de Bretón Woods-GATT implicó una forma leve de integración económica internacional, con controles en los flujos internacionales de capital que Keynes y sus contemporáneos habían considerado cruciales para las economías nacionales. Los países realizaban sólo una liberación comercial limitada, con muchas excepciones para sectores socialmente sensibles (agricultura, textiles). Esto los dejaba libres para desarrollar su propia versión de capitalismo nacional, en tanto que obedecieran unas pocas y simples reglas internacionales.

La actual crisis muestra lo lejos que estamos de ese modelo. La globalización financiera, en particular, arrasó con las antiguas reglas. Cuando el capitalismo a la china se topó con el capitalismo a la estadounidense, con muy pocas válvulas de seguridad, se produjo una mezcla explosiva. No había mecanismos para evitar un exceso de liquidez mundial y luego, sumada a la falta de regulación de EEUU, un brutal estallido inmobiliario y un crac. Ni había tampoco frenos para el contagio.

La lección no es que el capitalismo está muerto. Es que tenemos que reinventarlo para un siglo en el que las fuerzas de la globalización económicas son mucho más fuertes. Así como el capitalismo mínimo de Smith se transformó en la economía mixta de Keynes, tenemos que considerar una transición de la versión nacional de la economía mixta a su equivalente global. Esto implica imaginar un mejor equilibrio entre los mercados y sus instituciones secundarias a nivel global. A veces, eso requerirá prolongar las instituciones fuera de los estado-naciones y reforzar la autoridad global. Otras veces, implicará impedir a los mercados expandirse más allá del alcance de las instituciones que deben seguir siendo nacionales. El enfoque correcto diferirá entre grupos de países y problemáticas. Diseñar el próximo capitalismo no será fácil.

[1] iEco (Suplemento Económico del diario Clarín), pág. 7. 15 de Marzo de 2009.
[2] Economista. Profesor en Harvard